Siempre es una alegría
pisar la tierra de Jesús, respirar el mismo aire, leer los textos
bíblicos en los lugares donde sucedieron. A veces parece que se toca
el misterio, hay una Presencia fuerte, un llenarse del Espíritu al
contemplar los pasos y las huellas de quien dio la vida por nosotros
y ahora se hace presente como Resucitado en la mesa eucarística, en
la soledad de la montaña o junto al agua que corre por el Jordán.
Participamos de esta
experiencia treinta y tres personas, de distintos lugares, algunos me
conocían de los cursos de oración impartidos, otros porque cada año
suelen acompañarme en la Peregrinación que cada verano solemos
hacer, otros se enteraron de oídas por amigos o conocidos.
Bien dejaba claro a
todos que íbamos de Peregrinación y eso significa ir en oración y
contemplación a beber de las fuentes de la vida y de la fe. Ya mucho
antes de ir oraba para que se realizara y que María, nuestra Madre,
nos acompañara de su mano.
He ido ya ocho veces de
peregrinación a Tierra Santa y en mi interior pensaba no volver,
pero al ver lo felices que hemos sido y el bien que he hecho la
verdad es que estoy deseando volver. Lo más grande no ha sido el
disfrutar de los hoteles, de la comida, de la amistad o de los
lugares santos, es mucho más, hemos sido felices en Dios. Nos hemos
emocionado, hemos derramado lágrimas de arrepentimiento y de
alegría, Dios es siempre más, y solo nos pide que nos demos, nos
entreguemos y que le anunciemos con mucho amor. Entonces Él lo hace
todo. Doy infinitas gracias a Dios por esta Peregrinación, por las
conversiones que se han dado y por la alegría que el Espíritu ha
puesto en nuestro corazón.
Lázaro Albar
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