POR LOS QUE SUFREN MÁS QUE YO
Déjame que
acoja en mi corazón
a
aquéllos que sufren más que yo,
a
aquéllos cuyos dolores y necesidades
son
mayores que los míos.
Deja
que les haga un sitio
de
amplio espacio interior,
y
cobije el dolor de la enfermedad y de la soledad,
al
desesperado y al moribundo.
Dame un
corazón tan grande
como
el dolor de este mundo,
y
una mente abierta al débil y al desvalido.
Que nunca
quede absorbido por mi pequeño
mundo
de
forma que me olvide de mi gran familia humana.
Que
sepa ver el mundo y a todos los que sufren en él
con
tus compasivos ojos,
con
esperanza y coraje,
con
amor y generosidad,
con
un sincero deseo de ayudar a los demás.
Que no cierre
mi corazón
a
los gritos de los pobres,
al
dolor de los oprimidos,
a
la agonía de las víctimas desvalidas.
No quiero
añadir al peso de este mundo
más
carga de odio y de dolor;
quiero
ser un manantial de salud y compasión.
Ayúdame a
que no me sienta tan agobiado por mi
casa
que
olvide a la humanidad,
o
a que no sea tan abstractamente humanitario
que
pase de los que están a mi lado.
Ayúdame a
recordar que,
por
espinosos que sean mis problemas,
siempre
habrá quien sufra más que yo.
Por
débil que me sienta
siempre
tendré suficiente fuerza,
como
para confortar a un hermano, o una hermana,
con
más necesidad.
Que no
utilice mi vida fugaz
para
lamentarme de lo poco que me ha
correspondido,
o
del estado del mundo;
sino
para conseguir que el amor
llegue
a todos aquéllos que sufren más que yo.
Ayúdame a
empezar ahora mismo.
(Joe
Mannath,
¡Cómo
me has sorprendido!,
p 70-71)
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