¡OH, MI DIOS!
¡Oh,
mi Dios! Comprendí que tú me amabas
con
un amor infinito, con un amor inmenso
que
renovaba todo mi espíritu.
¡Oh,
mi Dios! Quise escalar hacia lo más alto
hasta
alcanzar tu alegría en mí,
y
empecé a subir sin desfallecer,
tu
Espíritu me acompañaba.
¡Oh,
mi Dios!
Crea
en mí una fuente de amor y de perdón,
para
que pueda dar de beber a los sedientos,
dar
de beber a los que no te conocen,
a
los que te buscan y no te encuentran.
¡Oh,
mi Dios! Cuaresma,
la
limosna, el ayuno y la oración,
me
acompañen siempre
y
me lleven a tu Reino,
fiesta
alegre y de continuo amor.
¡Oh,
mi Dios! Tú eres mi Dios, eres mi Dios.
(Lázaro
Albar Marín, Los silbidos de Dios, p 173)
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